
Ya tuve antes de ir a Bucuresti mucho consejo, demasiado, sobre los taxistas, la gente, los socavones en las calles principales, los timos a los turistas, paga siempre con lo justo que no te devuelven el cambio.... en fin, bastante miedo en realidad para una ciudad tan bonita.
He de reconocer que pasé algo de miedo nada más llegar, mucha confianza se toman con una chica sola, y ser una chica guapa y sola, pues ya se sabe.. Si a esto añadimos que del aeropuerto al centro de la ciudad no hay autopistas, sino que parecen más bien caminos, pues siempre tienes la impresión de que te van a llevar a no se sabe dónde. Sin embargo, me niego a llevarme la impresión de que es una ciudad insegura y de que la gente te tima. Bueno, que un taxista te time 2 euros tampoco es tan grave, ¿no?
Tengo la suerte de tener una amiga allí, Alex, que se portó conmigo como no mucha gente se porta. Por cierto que le debo una.
Hay en el centro de la ciudad caserones abandonados preciosos que nadie puede permitirse comprar o alquilar y que a mí me dejaron fascinada. Carteles de Sanyo y Coca-Cola contrastando con los edificios viejos y ruinosos. Avenidas enormes con hoyos en el pavimento y un palacio del parlamento tan grande que no cabe en las fotos. El tal Ceaucescu, que quiso que fuese el más grande del mundo. Eso sí, a costa de los rumanos.